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GRAFFITIS EN MADRID

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EN NUESTRAS MANOS



"Para la eternidad siempre habrá tiempo,

la eternidad espera


con un obsceno grito de indiferencia


todas las veces

¡la tierra!


no hemos perdido la memoria,

el fuego que arrasó."



en "Todos Hablan"
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domingo, 8 de noviembre de 2009

EZRA POUND





DE AEGIPTO








Porque de viento está hecho mi cuerpo
fui yo y sólo yo quien conoció los caminos del cielo.

A la Señora de la Vida he contemplado,
yo mismo, que vuelo con las golondrinas.

Verde y gris es su manto,
danzando veloz a lo largo del cielo.

Porque de viento está hecho mi cuerpo
fui yo y sólo yo quien conoció los caminos del cielo.

Manus animan pinxit.
La pluma está en mi mano.

Y ya se apresta a escribir la palabra apropiada.
¡Mi boca saborea la música más pura!

¿Serán dignos mis labios de entonar
la Canción de Loto de Kumi?

Porque de viento está hecho mi cuerpo
fui yo y sólo yo quien conoció los caminos del cielo.

Soy la llama que brota del sol,
yo mismo, que vuelo con las golondrinas.

La luna se levanta sobre mi frente
y los vientos soplan bajo mis labios.

La luna es una enorme perla en aguas de zafiro;
hacia mis dedos, frescas, fluyen éstas ahora.

Porque de viento está hecho mi cuerpo
fui yo y sólo yo quien conoció los caminos del cielo.















THRENOS







Se acabaron los leves suspiros entre nosotros.
Se acabaron los vientos que solían turbarnos a la hora del crepúsculo.

¡Mirad: tan bella y muerta!

No arderé ya más.
Se acabó el zumbido de las alas
al batirse sobre nosotros.

¡Mirad: tan bella y muerta!

Se acabaron las estocadas del deseo:
nunca más sentiré el temblor
de tus manos sobre las mías.

¡Mirad: tan bella y muerta!

No habrá vino que toque los labios.
Ningún pensamiento abrevará entre nosotros.

¡Mirad: tan bella y muerta!

Se acabaron los torrentes.
Se acabaron los lugares de encuentro.
(¡Mirad: tan bella y muerta!)
Tintagoel.




EZRA POUND
Estados Unidos-1885
De “Lume Spento”








jueves, 1 de octubre de 2009

"ESTO SE ACABA" // "ME VA LA VIDA EN ELLO"






"VA COMO VA"

                                             




"Esto se acaba", me dijo con voz de congoja
al entrar por la puerta,
Culos de vaso sus ojos, la lágrima a punto
y la mirada muerta.
"Qué te pasa, cantautor", le pregunte
y entregándome el diario dijo: "lee".
Y leí y lloré
Un titular atacaba diciendo que ardía la vieja Lisboa
y el catalán heterónimo disparató:
"me han quemado a Pessoa".

Y así va como va,
va como va...

"Qué cosas dices", le dije y, mirando al espejo
siguió con el tema:
"Ya no soy dos, ni soy yo, ni soy nadie
ni Europa resiste a la quema".
Y mirándole a las lupas le rogué:
Transgaláctico no soy, explícate".
Me miró, le miré,
"esto se acaba, se acaba, y no hay más que aceptar
dignamente la ruina
Arde Lisboa, Venecia se hunde
y se cae la capilla Sixtina."

"No hay más patrón ni más ley ni más dios ni más rey
que el maldito dinero",
Dijo, furioso, mi amigo clavando en la diana
un disparo certero.
"No me tomes por idiota pero es que
No comprendo tu discurso", confesé.
Y me habló, le escuché
"Arte, poesía, belleza ¡qué extrañas palabras!,
¿serán un conjuro?
Hoy cualquier cerdo es capaz de quemar el edén
por cobrar un seguro."




Luis Eduardo Aute
















jueves, 25 de junio de 2009

Reinaldo Arenas, CELESTINO ANTES DEL ALBA (FRAGMENTO) - Prima che sia notte (FRAGMENTO)






CELESTINO ANTES DEL ALBA

Reinaldo Arenas

(Fragmento)












De nuevo volvieron los relámpagos. Mi madre cruzó corriendo la nieve y me abrazó muy fuerte. Y me dijo «hijo». Y me dijo «hijo». Yo le sonreí a mi madre, y luego, de un salto, le abracé el cuello. Y los dos comenzamos a bailar sobre la tierra vestida toda de blanco.


En eso los ruidos de las gentes que cantaban y alborotaban en la casa se nos fueron haciendo más cercanos: venían hasta nosotros con un lechón asado en púa y sin dejar de cantar. Todos los primos nos hicieron un coro y comenzaron a darnos vueltas. Mamá me levantó muy alto. Lo más alto que pudieron sus brazos. Y yo vi desde arriba cómo el cielo se iba poniendo más morado, y un aguacero más grande y más blanco que el que había caído comenzaba a zafarse de las nubes. Entonces yo me solté de los brazos de mi madre y corrí hacia donde estaban mis primos, y allí, todos comenzaron a dar unos saltos altísimos sobre la nieve y a cantar y a cantar y a cantar, mientras nos íbamos poniendo transparentes, tan transparentes como el suelo donde no quedaban garabateados nuestros brincos. Por un momento se escuchó un relampaguear muy fuerte. Vi al rayo derritiendo toda la nieve en menos de un segundo. Y antes de dar un grito y cerrar los ojos me vi a mí: caminando por sobre un fanguero y vi a Celestino escribiendo poesías sobre las durísimas cáscaras de los troncos de anones. Mi abuelo salió, con un hacha, de la cocina y empezó a tumbar todos los árboles donde Celestino había escrito aunque fuera solamente una palabra.



* * *


A medida que el frescor va cogiendo toda mi garganta me voy dando cuenta de que mi madre no es mala. La veo así, enorme sobre mí, y se me parece a un tronco de úpito, de esos que la gente coge para amarrar las bestias. Sin darse cuenta nunca que el úpito se ha ido secando de tantas amarras y sogazos que lo han cruzado.


Mi madre se va volviendo hermosa. ¡Qué hermosa! Qué linda con su falda de saco y la blusa grande que le robó a Eulogia. Yo quiero a mi madre y yo sé que ella es buena y me quiere. Yo nunca he visto a mi madre. Pero siempre me la imagino así como ahora: llorando y acariciándome el cuello en un no sé qué tipo de cosquilleo fresco y agradable.


Debo imaginarla de esa forma y no de la otra.

-¡Desgraciado muchacho! ¡Si yo lo que debía hacer era ahorcarme ahora mismo!

Tengo deseos de levantarme y abrazarla. De pedirle perdón y llevármela lejos donde ni abuela ni abuelo nos mortifiquen. Tengo deseos de decirle: «Madre mía, madre mía, ¡qué bonita estás hoy con tantas campanillas en el pelo! Te pareces a una de esas mujeres que solamente salen en las postales de Navidad. Vámonos de aquí ahora mismo. Recojamos las cosas y larguémonos ya. No estemos ni un segundo más en esta casa horrible, que se parece al fondo de un caldero. Vámonos ahora, antes de que el condenado de abuelo se despierte y nos haga levantar para que ordeñemos las vacas.

«Vámonos ahora mismo porque de día no podremos salir».

-¡Madre mía! ¡Madre mía!...

Y no dije más nada. Lo que tenía pensado se me hizo un rollo en la garganta. Chocó con la punta de la garrocha que ya me traspasaba. Y no salió por la boca. Por un momento mi madre se quedó paralizada: escuchándome. Todo el sao sabe que yo le he dicho madre mía. Todo el cerro también lo sabe y ahora lo repite lo repite lo repite en un no sé qué tipo de eco casi tan cercano como mi propia voz.

Mamá se queda lela. Me saca la garrocha del cuello. La tira sobre la yerba. Se lleva las manos a la cara y da un grito enorme.
Enorme.
Enorme.
Enorme.

Y echa a volar, cruzando ya el mayal viejo y entrando en la casa por los huecos tan grandes que yo he abierto en el techo con mis subidas y bajadas, buscando los pichones de totises o reuniéndome con mis primos muertos.

Yo no sé qué hacer. El cuello me arde mucho. Me paso la mano por él y resulta que no tengo nada. Ni un rasguño siquiera. Las hormigas bravas me han comido toda la espalda y los abujes ya empiezan a treparme por la cara. Mi madre ha desaparecido y es casi ya de noche. Si pudiera llegar a la casa sin que nadie me viera y sin que ella me empezara de nuevo a jurgar con la garrocha, o abuela me echase un poco de agua caliente en el lomo.

-Sí, puedes. Esta noche sí puedes -me dice una bandada de totises, que pasan volando muy alto y todos en filas, uno tras el otro. Pero, ¡cómo es posible que esos totises me hayan hablado! No lo creo. Vuelvo a mirar al cielo y la línea negra de sus alas es recta y perfecta: el viaje de los pájaros ha continuado y ya yo nunca podré saber la verdad.



* * *


¡Sí que este lugar tiene cosas muy lindas! Y la misma gente no es tan fea como dicen. Mi propia madre, que algunas veces se porta tan furiosa, hay algunos momentos en que parece distinta... Y todavía me acuerdo que un día, cuando yo venía del pozo con las dos latas de agua al hombro, ya casi llegando a la casa, di un resbalón y me caí. Entonces me entró una tristeza tan grande que lo único que pude hacer fue revolcarme contra el charco de fango que se había hecho en el suelo, y empezar a llorar. Y mi madre, que me estaba mirando desde la puerta de la cocina, vino caminando hasta mí y yo me dije:


«Ahora seguro que me cae a trompadas». Pero no lo hizo. Sino que se agachó sobre el fanguero y me pasó la mano por sobre la cabeza muy despacio como si quisiera alisarme el pelo que siempre lo tengo tan revuelto, que abuelo dice que parezco una escoba al revés. Yo me quedé muy sorprendido. Miré a mi madre, y, no sé, porque todavía era muy temprano y había mucha neblina, pero me pareció como si estuviera llorando... Desde entonces, cuando me caigo con las latas de agua en mitad del patio, me quedo muy tranquilo, esperándola. Aunque algunas veces me equivoco y en vez de pasarme la mano por la cabeza lo que me pasa es un garrote. Pero de todos modos ya yo no podré sacármela de la memoria así corrió así. Y siempre me la imagino agachada junto a mí en el fanguero y pasándome la mano por la cabeza, mientras sus ojos comienzan a brillar y a brillar a través de la neblina enorme que cubre todos estos lugares por las mañanas...


Eso es otra de las cosas que me gusta de este barrio: la neblina. Tan blanca... Estirar las manos y no vérselas casi... Y si me las veo, me las veo tan blancas que no parece que fuesen mis manos... El mismo abuelo, que está tan negro de tanto sol que aguanta, cuando es de mañana yo lo veo caminar por el potrero y parece un poco gigante, de lo blanco que se ve detrás de la neblina. Por eso yo todas las mañanas me levanto bien temprano y me vengo para acá y me subo hasta lo más alto del potrero, donde están las matas de mango, y me quedo horas y horas embelesado, mirando qué linda se ve la casa llena de neblinas, pues es casi como una casa de esas de cuentos. De esas que solamente salen en los libros como el que traía Celestino el día en que apareció por primera vez en la casa, asustado, y del brazo de su madre muerta... Y hasta que el sol no está así de grande y empieza entonces a achicharrarlo a uno, las cosas no dejan de verse bonitas. Es una lástima, a la verdad, que no se pueda vivir siempre entre este neblinal, porque así las cosas serían diferentes siempre y mi abuelo fuera siempre un viejito muy blanco. Alegre y húmedo. Caminando por sobre la yerba también blanca. Y la casa si nunca saliera el sol fuera también una casa de cuentos como la de la portada del libro de Celestino, y quién sabe si hasta mi madre, en vez de darme un janazo de vez en cuando, lo que hiciera siempre fuera pasarme la mano por la cabeza, pues hay que tener en cuenta que el día en que lo hizo de verdad había mucha neblina...

Sí. Yo creo que es el sol, con este resplandor tan enorme, quien siempre tiene la culpa de que las cosas se pongan tan feas y de que la gente se enfurezca por cualquier bobería. Por eso es que tengo muchos deseos de que llegue ya el invierno. Aunque aquí es tan corto que pasa y casi ni nos damos cuenta. Pero que llegue, aunque sea por un día; para dejar caer de nuevo las latas de agua...

Es ya de medianoche. Posiblemente mañana sea un día de mucha neblina.






     *      *




 Prima che sia notte








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Reynaldo Arenas: «El mundo alucinante (fragmento)»





Reynaldo Arenas:

«El mundo alucinante»
(fragmento)




Paul Cezanne, TEl golfo de Marsella visto desde L´Estaque






El verano. Los pájaros derretidos en pleno vuelo, caen, como plomo hirviente, sobre las cabezas de los arriesgados transeúntes, matándolos al momento.

El verano. La isla, como un pez de metal alargado, centellea y lanza destellos y vapores ígneos que fulminan.

El verano. El mar ha comenzado a evaporarse, y una nube azulosa y candente cubre toda la ciudad.

El verano. La gente, dando voces estentóreas, corre hasta la laguna central, zambulléndose entre sus aguas caldeadas y empastándose con fango toda la piel, para que no se le desprenda el cuerpo.

El verano. Las mujeres, en el centro de la calle, empiezan a desnudarse, y echan a correr sobre los adoquines que sueltan chispas y espejean.

El verano. Yo, dentro del morro, brinco de un lado a otro. Me asomo entre la reja y miro al puerto hirviendo. Y me pongo a gritar que me lancen de cabeza al mar.

El verano. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco.

El verano. Las paredes de mi celda van cambiando de color, y de rosado pasan a rojo, y de rojo al rojo vino, y de rojo vino a negro brillante... el suelo empieza también a brillar como un espejo, y del techo se desprenden las primeras chispas. Solo dándole brincos me puedo sostener, pero en cuanto vuelvo a apoyar los pies siento que se me achicharran. Doy brincos. Doy brincos. Doy brincos.

El verano. Al fin el calor derrite los barrotes de mi celda, y salgo de este horno al rojo, dejando parte de mi cuerpo chamuscado entre los bordes de la ventana, donde el aceite derretido aun reverbera.


S DOS PUNTAS



Pero las revoluciones no se hacen en las cárceles, si bien es cierto que generalmente allí es donde se engendran. Se necesita tanta acumulación de odio, tantos golpes de cimitarra y redobles de bofetadas, para al fin iniciar este interminable y ascendente proceso de derrumbe.



S DOS PUNTAS




Las manos son lo mejor que indica el avance del tiempo.

Las manos, que antes de los veinte años empiezan a envejecer.

Las manos, que no se cansan de investigar ni darse por vencidas.

Las manos, que se alzan triunfantes y luego descienden derrotadas.

Las manos, que tocan las transparencias de la tierra.

Que se posan tímidas y breves.

Que no saben y presienten que no saben.

Que indican el límite del sueño.

Que planean la dimensión del futuro.

Estas manos, que conozco y sin embargo me confunden.

Estas manos, que me dijeron una vez: -tienta y escapa-.

Estas manos, que ya vuelven presurosas a la infancia.

Estas manos, que no se cansan de abofetear a las tinieblas.

Estas manos, que solamente han palpado cosas reales.

Estas manos, que ya casi no puedo dominar.

Estas manos, que la vejez ha vuelto de colores.

Estas manos, que marcan los límites del tiempo.

Que se levantan y de nuevo buscan el sitio.

Que señalan y quedan temblorosas.

Que saben que hay música aun entre sus dedos.

Estas manos, que ayudan ahora a sujetarse.

Estas manos, que se alargan y tocan el encuentro.

Estas manos, que me piden, cansadas, que ya muera.



















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miércoles, 13 de mayo de 2009

PAUL ELUARD, "A Medianoche"







PAUL ELUARD



A Medianoche



Marc Chagall, El concierto




Se abren puertas se descubren ventanas
Un fuego se enciende y me deslumbra
Todo se decide encuentro
Criaturas que yo no he deseado.

He aquí el idiota que recibía cartas del exterior
He aquí el anillo precioso que él creía de plata
He aquí la mujer charlatana de cabellos blancos
He aquí la muchacha inmaterial
Incompleta y fea bañada de noche y de miseria
Cargada de absurdas plantas silvestres
Su desnudez su castidad sensibles de cualquier parte
He aquí el mar y barcos sobre mesas de juego
Un hombre libre otro hombre libre y es el mismo
Animales exaltados ante el miedo con máscara de barro
Muertos prisioneros locos todos los ausentes.

Pero tú por qué no estás aquí tú para despertarme.






De "La vie immédiate" 1932

viernes, 30 de enero de 2009

How to play Requiem for a Dream on piano






How to play Requiem for a Dream on piano










REMORDIMIENTO POR CUALQUIER MUERTE

Libre de la memoria y la esperanza,

ilimitado, abstracto, casi futuro,

el muerto no es el muerto: es la muerte.

Como el Dios de los místicos,

de quien deben negarse todos los predicados,

el muerto ubicuamente ajeno

no es sino la perdición y la ausencia del mundo.

Todo se lo robamos,

no le dejamos ni un color ni una sílaba:

aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,

allí la acera donde acechó su esperanza.

Aun lo que pensamos

podría pensarlo él;

nos hemos repartido como ladrones

el caudal de las noches y los días.

J.L Borges


jueves, 1 de enero de 2009

LA CANCIÓN DE AMOR DE J. ALFRED PRUFROCK -THOMAS S. ELIOT-








LA CANCIÓN DE AMOR DE 

J. ALFRED PRUFROCK







Si yo creyese que mi respuesta fuese
a persona que alguna vez volviera al mundo,
esta llama quedaría sin más sacudida.
Pero como jamás desde este fondo
volvió nadie vivo, si es verdad lo que oigo,
sin temor de infamia te respondo.
Inferno, XXVII

Vamos entonces, tú y yo,
cuando el atardecer se extiende contra el cielo
como un paciente anestesiado sobre una mesa;
vamos, por ciertas calles medio abandonadas,
los mascullantes retiros
de noches inquietas en baratos hoteles de una noche
y restaurantes con serrín y conchas de ostras:
calles que siguen como una aburrida discusión
con intención insidiosa
de llevarnos a una pregunta abrumadora...
Ah, no preguntes "Qué es eso"
Vamos a hacer nuestra visita.

En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Angel.
La niebla amarilla que se restriega el lomo en los cristales de
las ventanas,
el humo amarillo que se restriega el hocico en los cristales de
las ventanas,
metió la lengua lamiendo los rincones del atardecer,
se demoró en los charcos quietos sobre los sumideros,
dejó que le cayera en el lomo el hollín que cae de las
chimeneas,
resbaló por la azotea, dio un brinco repentino,
y, viendo que era una suave noche de octubre,
se enroscó una vez en torno a la casa y se quedó dormido.

Y claro que habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza por la calle
restregándose el lomo contra los cristales de las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar una cara para encontrar las caras que encuentras;
habrá tiempo de asesinar y de crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días de las manos
que levantan y dejan caer una pregunta en tu bandeja;
tiempo para ti y tiempo para mí,

y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes de tomar té con tostadas.

En el cuarto las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.
Y claro que habrá tiempo
de preguntarse "¿Me atrevo?" y "¿Me atrevo?"
tiempo de volver atrás y bajar la escalera,
con un claro de calvicie en medio de mi pelo
(dirán: "¡Cómo le está clareando el pelo!"),
mi chaquet, mi cuello duro subiendo firmemente hasta la
barbilla,
mi corbata rica y modesta, pero afirmada con un sencillo alfiler—
(dirán: "Pero ¡qué delgados tiene los brazos y las piernas!")
¿Me atrevo
a molestar al universo?
En un minuto hay tiempo
de decisiones y revisiones que un minuto volverá del revés.
Pues les he conocido ya a todos, les conozco a todos—
he conocido los anocheceres, mañanas, tardes,
he medido mi vida con cucharillas de café;
conozco las voces que mueren con una caída agonizante
bajo la música de un cuarto de más allá.
Así ¿cómo podría hacerme ilusiones?
Y he conocido ya los ojos, los conozco todos—
los ojos que te miran fijos en una expresión formulada,
y cuando esté formulado, despatarrado en un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndose en la pared,
¿cómo empezaría entonces
a escupir todas las colillas de mis días y maneras?
Y ¿cómo podría hacerme ilusiones?

Y he conocido ya los brazos, los conozco todos—
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero, a la luz de la lámpara, con vello pardo claro!)
¿Es perfume de un traje de mujer
lo que me hace divagar así?
Brazos que se extienden en una mesa, o que se arropan en un
chal.
¿Y cómo hacerme ilusiones entonces?
¿Y cómo iba a empezar?

¿Diré que he pasado al oscurecer por estrechas calles
observando el humo que se eleva de las pipas
de hombres solitarios en mangas de camisa, asomados a la
ventana?

Debería yo haber sido un par de ásperas garras
corriendo por los fondos de mares silenciosos.

¡Y la tarde, el anochecer, duerme tan pacíficamente!
Alisada por largos dedos,
dormida... cansada ...o se hace la enferma,
extendida en el suelo, aquí junto a ti y a mí.
¿Debería yo, después del té con pastas y helados,
tener la energía de forzar el momento hasta su crisis?
Aunque he visto mi cabeza (ya ligeramente calva) presentada en
una bandeja,
no soy ningún profeta —y no se trata aquí de nada importante;

he visto chisporrotear apagándose el momento de mi grandeza,
y he visto al eterno Lacayo alargándome mi abrigo y
riéndose con disimulo,
y, en resumen, tuve miedo.

Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada, el té,
entre la porcelana, entre un poco de charla tuya y mía,
habría valido la pena
descabezar de un mordisco el asunto con una sonrisa,
apretar el universo de una bola
echándolo a rodar hacia alguna pregunta abrumadora,
decir: "Soy Lázaro, venido de entre los muertos,
vuelto para decíroslo todo, os lo diré todo"—,
si alguna, poniéndose una almohada junto a la cabeza,
dijera: "No es eso lo que yo quería decir en absoluto.
No es eso, de ningún modo".

Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas de sol y los jardincillos delante de
casa, y las calles regadas,
después de las novelas, después de las tazas de té, después
de las faltas
que se arrastran por los suelos,
y esto, ¿y tanto más?
¡Es imposible decir precisamente lo que quiero decir!
Pero si una linterna mágica proyectara los nervios como
estructuras en una pantalla:
habría valido la pena
de que alguna, acomodándose una almohada o tirando a un
lado un chal,
y volviéndose a la ventana, dijera:
"Eso no es en absoluto,
eso no es lo que yo quería decir en absoluto."

¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni tenía por qué serlo;
soy un noble del séquito, uno que sirve
para hacer bulto en una comitiva, empezar alguna que otra
escena,
aconsejar al príncipe: sin duda, un fácil instrumento,
respetuoso, contento de ser útil,
político, cauto y meticuloso;
lleno de elevado fraseo, pero un poco obtuso;
a veces, incluso, casi ridículo—
a veces, casi, un Bufón.

Envejezco... envejezco...
Tengo que llevar vueltas en los bajos de los pantalones.

¿Me saco raya en el pelo por detrás? ¿Me atrevo a comerme
un melocotón?
Me pondré pantalones blancos de franela, y pasearé por la
playa.
He oído a las sirenas cantándose unas a otras
No creo que me canten a mí.
Las he visto cabalgar en las olas mar adentro
peinando el blanco pelo de las olas echando atrás
cuando el viento sopla el agua hasta ponerla blanca y negra.

Nos hemos demorado en las cámaras del mar
junto a ondinas enguirnaldadas de algas, en rojo y pardo,
hasta que nos despierten voces humanas y nos ahoguemos.


THOMAS S. ELIOT