Libre de la memoria y la esperanza,
ilimitado, abstracto, casi futuro,
el muerto no es el muerto: es la muerte.
Como el Dios de los místicos,
de quien deben negarse todos los predicados,
el muerto ubicuamente ajeno
no es sino la perdición y la ausencia del mundo.
Todo se lo robamos,
no le dejamos ni un color ni una sílaba:
aquí está el patio que ya no comparten sus ojos,
allí la acera donde acechó su esperanza.
Aun lo que pensamos
podría pensarlo él;
nos hemos repartido como ladrones
el caudal de las noches y los días.
J.L Borges
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